miércoles, 2 de octubre de 2013

TOMA POÉTICA EN EL METRO DE SANTIAGO DE CHILE




Recién llegados de Isla Negra y luego de haber recorrido muy ilusionados, con esa  mística internacional tan conocida de Pablo Neruda,  su museo y los parajes aledaños azotados por los vientos, llegados de ese mar proceloso y arribista,  los poetas de nacionalidades latinoamericanas ya frecuentes en nuestro país y los chilenos nos encaminamos en la noche fría, para mi gusto, hacia la estación del metro.  Allí con megáfono en mano descendimos las escaleras con decisión y valentía, inspirados en los dioses más totalitarios de poesía para tomarnos los vagones y leerles o declamarles poemas a los ensimismados pasajeros, haciendo gala de nuestras mejores inspiraciones ante esa audiencia de la zona urbana de nuestra capital.  
Eduardo Bechara enérgicamente asido al instrumento amplificador y su holywoodense rostro y voz mayor aún, recitó sus apasionados poemas entomológicos que hicieron vibrar los asientos con sus arañas religiosas.  Luego, Rosita Alcayaga pasó a apoderarse de los estatutos bíblicos haciendo ilusión al plato de lentejas y piernas de mujer que fueron muy aplaudidas por los trabajadores sabatinos esa noche.
Carolina Cortés al parecer, creo yo, la capitalista del instrumento imprescindible, lo cogió para enviarles los destinos a los auditores atónitos que comenzaban a abrir los ojos y sonreír.  A continuación el compañero de estas huestes, pelo largo rubio, y sombrero mexicano, pantalones carreteados en las alamedas de esta gran ciudad, subió al  trono vehicular de la noche que les narró para embestir con su corazón febril a los pasajeros, cuyo nombre no me acuerdo, pero  cuando lo sepa lo pongo acá.  Y para broche de oro y terminar enloqueciendo al pasajero se abalanza Elizabeth Zúñiga con su loba y su hembra aumentando la temperatura de los vagones.   Bueno, y yo leí de mi librito de la Kultrun.

No sé si por nuestras homilías una pasajera se desmayó y tuvimos que dar alarma, pero luego todo volvió estar bien y nos despedimos y ellos nos respondieron a esta toma poética con  un aplauso. 

Recorrimos estaciones de ida y vuelta hasta el cierre del metro. Una experiencia necesaria y extática.

jueves, 29 de agosto de 2013

PELO COLOR MIEL




Como habíamos acordado ayer,  me junté con el poeta colombiano con quien pensamos realizar una crónica sobre esta  ciudad.  Me acerqué  a la mesa donde  permanecía sentado con la vista en su pc.   Lo reconocí al entrar,   tenía el pelo color miel, ojos claros, mediana estatura y sonriente,  agradable y podría decir hermoso.  Vicente.   Hizo ademán que me sentara y comenzamos nuestra charla sobre fotografías que había tomado.   Mi amiga llegaría más tarde, pero yo levantaba mis  ojos, de vez en cuando, para observar  a las personas que llegaban al café. Tomó mi mano, y casi le increpé que mi amiga no había llegado todavía, y que se calmara, bien me respondió, pero  cómo se llama tu amiga, bueno le dije a quién citaste a mí o a mi amiga,  me dice, entonces, no conozco a tu amiga y no tenía idea que vendrías con ella.  Le hablé de mi amiga, le conté qué estudiaba Literatura, que era bella y solía acompañarme a todas partes.  Entonces, me dice que él desea hacer un buen trabajo sobre la ciudad, crónica y fotografías y todo lo que se pudiera realizar, entonces, veo que se asoma mi amiga, y le hago señas, se acerca sonriendo a la mesa y se sienta en silencio, Vicente la saluda amablemente,  avanzando el tiempo le pide su correo.  Nosotros seguimos conversando acerca de nuestro proyecto.   Repentinamente suena el celular, era Carlos, el esposo de Ester.   Con un mutis de molestia, se despide de nosotros. Y los dos seguimos nuestra conversación.   A poco andar se me antoja ir al baño, y cuando vuelvo mi compañero se había marchado. 

sábado, 1 de junio de 2013

Todo está quieto a través del vidrio

Podemos imaginarlo todo,
predecirlo todo, 
salvo 
hasta dónde podemos hundirnos.

Cioran

Todo está quieto a través del vidrio. Tu cola se deliza cuidadosamente sin romper sin ruido sin una pizca de ternura.  Tu soberbia felina me provoca, te contemplo en mi habitación.  Un rumor entre los árboles, después del mal tiempo convierte la monotonía de mis ojos y se quedan estáticos, los cables eléctricos columpian zapatos los bambolea como si anunciaran su discurso, y los miro aliviada, todo se ha hundido sin mí, y puedo decidir beber el vino o dejarlo, entibiarme o helarme en la rigurosa estación invernal,  pero tú no sabes que me quedo aquí y que vuela mi imaginación hacia el pasado.  Todo es pasado y he arado entre tejado y goznes chirriantes con la placidez de un animal doméstico.  Temo que te esfumes entre los techos, tu movimiento es el único amor que me mueve en esta existencia, los aires tienen nombre y me voy adormeciendo está tarde entre seres invisibles, por eso temo que te escabullas entre los techos. 




                               Fotografía:  Mariana Contreras

jueves, 30 de mayo de 2013

SE ABRIÓ LA PUERTA DE GOLPE...

La verdadera locura
quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, 
cansada de descubrir las vergüenzas del mundo,
ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.

Heinrich Heine


Se abrió la puerta de golpe, me sonrío y se sentó a mi lado.    Simpática y refinada. Me preguntó el nombre de mi hijo, le dije que era nuevo, lo había cambiado de colegio porque donde estaba me parecía malo y  había poca preocupación por la mantención de la construcción.  Me habló sobre la falta de disciplina  de este nuevo colegio y que había aumentado este año el número de alumnos, sí – le dije – además no era muy barata la mensualidad y que este año tendríamos que enviar a su hermana a estudiar  a otra región.  No  me reconfortaba el comentario que hizo sobre la conducta de los chiquillos y pensé que al volver a casa advertiría a mi hijo que por favor se portara bien.   Es tranquilo mi niño – le dije- la verdad que no es tan inquieto pero es influenciable, así se dice. Los apoderados estaban llegando,  todos en silencio, lo que me hizo pensar que todos eran nuevos, pero después comenzaron los saludos de bienvenida de vuelta de vacaciones.   Ella sonreía y hacía comentarios que no alcanzaba oír. Si quieres te llevo a tu casa – me dijo -, ah pensé anda en auto, bien – le  respondí – gracias.   Sonaban las ventanas, el viento haría llover luego,  el cielo estaba muy oscuro y se  sacudían  las ramas del árbol grueso que estaba apegado al muro.
Al salir ya estaba lloviendo, nos cobijamos con  nuestras cabezas enterradas en  los hombros encogidos y corrimos hacia el pequeño  vehículo que estaba un poco más allá de la entrada del colegio.   Muy amable, de facciones finas y su vestido de crochet muy de acuerdo a su delicadeza.  Yo no podría ponerme un traje así, me engancharía en cualquier parte. Está abierto –me  dijo casi gritando- y se río con todos los dientes.   Abrí  la puerta del auto y me senté,  está mal cerrada – me dijo – la abrí y la tiré fuerte.  No sabía si aquel aroma era su perfume o el mío, o ambos.  Le  dije que  había estudiado idiomas y ella contabilidad – me dijo.  Asentí. Agregó que se había casado  una vez y que  tenía mucha fe en Dios y que alguna vez volvería a casarse.  Había tenido  una segunda relación  de la cual había nacido su segundo hijo,  y que  ahora acababa de conocer  un hombre maduro,  es decir,  mayor,  pensé yo.  
Empezó a decirme que   la mujer actual del que había sido su segunda pareja , era una obsesa, una mujer neurótica y que la avasallaba por teléfono y se le encontraba en cualquier lugar, así  que tuvo que trasladarse de ciudad.   A pesar de la situación,  estaba tranquila, me contaba.  Sus manos  parecían sudadas y  se les resbalaban  en el volante. Había levantado el rostro y los músculos del cuello la envejecían, recalcaba dos veces cada comentario que hacía, colgaba un cuchillo de plástico en el espejo del auto, puso la radio a todo volumen y aceleraba cuando la marcha de un vehículo la adelantaba.  Sus zapatos yacían botados en el suelo y una trizadura en el espejo lateral  deformaba mi cara, tenía hambre y quería llegar a mi casa.

La mujer la llamaba en sus horas de trabajo amenazándola con matarle  a sus hijos, cada mañana antes de ducharse ya había recibido varias amenazas y le decía si no  le entregaba las llaves del departamento de él la denunciaría de  ladrona.   Se reía con la boca abierta, echaba la cabeza para atrás y tocaba la bocina.  Estaba lloviendo torrencialmente y poco se veía por el parabrisas. Con la maniobra se le había subido el vestido, y los tacos estaban lejos  de sus pies, apretaba el acelerador y frenaba en seco, yo la miraba extrañada.  Me dijo -¿te dejo acá?, claro, aquí no más.  Cuando bajé le gritaron unos jóvenes  - ¡mamá ¡ ¡mamá¡  ¿dónde estabas?.  En la reunión – les respondió- ¡oh, mamita¡ por qué sacaste el auto¡  le  dijeron levantando algo la voz.  Ella se río a mandíbula  batiente, y les respondió que había ido a reunión y  luego dijo - miren con quién me encontré,  esta es  la mujer que lo mató.  ¡Ella  lo mató¡ .   ¡Ah,  mamá hace tiempo que no tienes que ir a reunión¡.

viernes, 15 de febrero de 2013

SIN MAYOR TRASCENDENCIA


Salí a pasear por el río.  Como siempre me aletargo, mis pasos se deslizan cansinos y complacientes mientras mis ojos  olvidan el cuerpo y se arrastran por el aire hacia el horizonte lleno de árboles, casas, astilleros y sombras.  Es la tarde, fresca, ya pronto crepuscular.  Los pocos niños que van de la mano o liberados, unos pasos más adelantes,  de sus padres murmuran sus diálogos con sus padres o sus amigos.  Las aves ya se fueron a sus nidos, dije que la tarde se rinde con su sol escuálido del verano austral.
Tranquila y solo con mi marido.   No puedo hablar, si empiezo mi conversación, me iré porque  quizás qué temas de cósmico revuelo que lo canso, a cualquiera en realidad.  Así que avanzo en silencio, mi respiración comienza ya a acezar, para el que no sabe que es acezar, respirar como vieja.  Me entusiasma que luego del paseo me iré a tomar un helado y me sentaré en el MacDonald o El Moro, depende como esté el bolsillo de abultado o no, y miraré las gentes, escucharé como una entrometida sus conversaciones que muchas veces son peligrosas, aterrantes o ingenuas, para todos los oídos.   Fuman y se desahogan, nunca escucho bien, pero les invento la continuación. (Me acordé que ya salió la ley antifumadores).
Así me enteré una vez que la vecina de la primera casa de la próxima cuadra (digo así para despistar) engañaba a su esposo, y le conté al mío, y me dijo:  ¡mira la mujer sinvergüenza!,  cuya deconstrucción es según Levy-Strauss, desarmar las palabras buscándoles la etimología, (espero no haber entendido mal), es decir, la vecina no tiene vergüenza.
La cosa que a mí no me consta solo que yo escuché allá en el café, yo siempre la veo salir con el perrito que tiene, es vieja ya, es decir tiene más de 58 años que es la edad que tengo yo.
Lo que no sé si era lo que yo escuché o la continuación que suelo inventar, pero mi marido ya estaba convencido de su infidelidad.  Venía despotricando, yo no sé qué tanto le importaba, pero no sé si han oído a los hombres viejos, deben ser viejos siempre, que se refieren sentenciosamente sobre este tipo de mujeres, o sea “infieles” o “sueltas”, porque hasta ahora no es seguro nada, solo apariencias.  Estaba oscuro cuando salimos del café un poco  alterados, porque siempre que nos ponemos a conversar de los vecinos o de los personajes de la farándula, o de alguna mujer asesinada por un hombre terminamos peleando, mi marido me dice que ella debe haber andado en pasos malos y yo le digo, bueno, algo andaría mal en ese matrimonio quizás la humillaba, la golpeaba o la restringía mucho.
Me cuenta que lo mismo le pasó a un amigo del trabajo, no sé qué fue, si la tuvo que matar o se fue con otro, y yo le digo que Simone de Beauvoir decía que la mujer era considerada el segundo sexo y que se debía respeto al marido porque era la cabeza del hogar,  pero como a ella la habían educado como a un hombre, tenía una mente y una conducta liberal, bueno por eso era filósofa. Y así nos enganchábamos en una riña absurda cada uno por distintas disquisiciones  intelectuales que terminábamos cansados luego del paseo para relajarnos y vomitando el rico helado que nos habíamos servidos allí sentados tan fraternalmente.
Cuando llegamos a nuestra casa,  la vecina salió con una bolsa de plástico como platinada y lloraba desconsoladamente, la ayudaba el sobrino que solía ir a su casa, y estaba muy nervioso, abrazaba a su tía, y esta se asía fuertemente de él, y nosotros nos  asustamos muchísimo, la carne de nuestros rostros temblaban y nuestras manos estaban crispadas,  no queríamos hablar sobre lo que habíamos estado elucubrando.
Llego una ambulancia extraña de color verde y blanco, todo estaba cubierto de sangre, una correa, unos huesos esparcidos, unos ojos, el cuadro era horripilante.    No quisimos preguntar por su marido,  el sobrino gritaba al chófer del vehículo, no quisimos hacer preguntas estábamos  anonadados, estupefactos, locos. Los perros ladraban, la gente salió de sus casas, y el vehículo se llevó a pobre perro semiasfixiado, según decían  que se había atragantado con unos tomates que traía la vecina de la feria, pero ya el perro respiraba.  El marido había entrado con las longanizas para los choripanes. Cerraron la puerta y nosotros nos fuimos a nuestra casa.  Callados. 


domingo, 10 de febrero de 2013

ELVIRA


Me duele, me duele muchísimo.  La espina se ha incrustado, no estoy segura, pero tengo un rasguño en mi dedo índice.   El jardín está repleto de rosales y otras plantas, al salir de mi casa rozo los tallos espinosos.  Me pongo de mal humor por no tener cuidado; está un poco frío a pesar de haber empezado la primavera y no llueve, recupero la  tranquilidad y una leve melancolía me trae sensaciones, imágenes de antaño que con frecuencia se me vienen,  voces y sombras de algún tiempo ya vivido, comienza a ponerse el sol y la caminata  de la gente por la calle tiene un sonido propio de la tarde, sonido de humedad tan propio del sur.  Salgo de mi casa, respiro profundamente, contemplo la verde altura alfombrada de los cerros cuando me dirijo al paradero de taxis; lleno profundamente mis pulmones, el aire gris y el diáfano trayecto que recorro con bienestar me exacerba el ánimo, pues  me ducho,  me  acomodo mis ropas bien combinadas en el cuerpo, maquillada y perfumada alargo el tranco hacia el centro.
Mi perro queda llorando, me conmueve, pero no le hago caso, lo olvido luego.  
Mi marido está trabajando todavía a esta hora en la fábrica, llegará tarde.    Lo miro al llegar cada tarde,  sus palabras que arrastra por sus cuerdas vocales al contarme sobre su trabajo,  escurren ásperas con sus comentarios rutinarios.  Comienzo a ver las pesadas horas de los  movimientos de sus brazos y piernas, la espalda levemente encorvada como si me fuera a contar una lastimosa noticia, los párpados semicaídos por el cansancio, o quizás por el tedio de volver siempre adonde mismo.
Todavía, el perro aúlla, pero cada vez menos, y espero el autocolectivo con impaciencia.
Elena  me llamó para decirme que no me acompañaría a la conferencia sobre diversidad sexual, me indigné, medito sobre su postura desde su religión protestante, ella no quiere compromisos, su única atracción son los exquisitos ademanes de terno y corbata con  quienes desea concurrir a jornadas más voluptuosas donde el sol esté ardiendo y quemando,  donde pueda gritar con el aroma afrodisíaco de la vida, mientras disimulamos la autonomía o podríamos decir, también, algo parecido al desamparo resignado,  a la ternura de la noche que ya se amilana a esta edad para nosotras. 
Cuando yo era aún adolescente, y la carrera al infierno era un canto repetido diariamente, mis manos arañaron su espalda, no quise aceptar su oferta de un departamento, y acepté vivir con el fruto concebido involuntariamente y  me casé con el amigo del barrio, sus lentes gruesos,  detrás de los cuales lucía unos ojos azules importados que se paralizaban cada vez que me mandaban a comprar, y boquiabierto tomaba el azadón para escarbar la tierra del jardín donde acabo de pincharme el dedo entre las rosas con las que según él, rivalizaba.
Mi hermana y yo entramos aquella vez a ese departamento, me culpaba haber salido sin autorización de nuestros padres, los grillos ruidosamente perfilaban la noche, asustada sabía que tendríamos que llegar antes del toque de queda, que los gritos de la noche nos despertarían y amaneceríamos nerviosas.  Años después, una tarde calurosa y nuestra madre ya fallecida,  le pregunté como había sido su vida en aquel país, nunca me respondió, no supe más de su rumbo.    Ahora,  me encontraré con él, quién dejó una impronta sorprendida en la mejilla y cada vez que me hablan de músicos, algún músico lejano con su melodiosa acción al aire que rebosa en mis oídos, yo me acoquino, ya viene el arma atravesando la habitación donde compartíamos con otros amigos.  Me acusaría y toda mi familia se doblegaría en el paredón, y no podría desistir de la culpa de esa noche.  Si me acusas acuso de comunistas a tus padres,- levantó muy fuerte la voz - yo no sabía de esas cosas, sabía que mi padre salía y volvía tarde, que ese día estaba tumbado en su cama y su rostro crispado, enrarecido y no hablaba, le pregunté qué le pasaba y su silencio me daba mucha pena.
¿Cómo estás? - le pregunto - han pasado los años, tengo una hija,  se parece a ti, grita como lo hacías tú cuando tu orgullo te henchía el pecho al mirar por televisión el desfile de tu general.  No vestía su uniforme, y su mirada en el limbo acentuaba su pedante actitud, ese garbo que me embaucó un día no parecía florear por los vientos como en aquella época, o es que ya mi edad no lee encantamientos ni mi estómago digiere locuaces palabras ni ambrosías.
Lo observaba mientras farfullaba, me acerqué para oírlo mejor, y olí su perfume de tan buena marca como siempre fue.   Le conté que su hija viajaba al extranjero frecuentemente, que tenía un cargo en una empresa aérea, que poco la veía, pero nos comunicábamos siempre.  Me miraba con mucha atención, se mordía los labios, sus manos se retorcían, y su mentón temblaba, claro, tanto tenía de qué arrepentirse, pero era tarde para mayores explicaciones, su corbata era elegante, no llevaba anillo de compromiso, quizás no olvidó la golpiza que le dieron en mi nombre los detectives, existen hombres que se solazan con violentas demostraciones de amor o desamor.  Cuando entró a la escuela, fue un acontecimiento, ya que era un hombre de estrato medio, con aspiraciones desmedidas de adueñarse de un mundo que no le pertenecía, sin embargo, había logrado un pedestal codiciado. 
Pronto, se oscurecería y quería irme, la entrevista no era más que una hoja blanca en la que podría haber escrito un mundo soñado, pero no fue así, ante sus ademanes me sentí cohibida y extraña y quise partir, me despedí.  El trató de explicarme algo, lo miré y creyendo que se acercaría a despedirse afectuosamente y desearme bienestar,    me dijo  –     ¿Dónde está mi acusador?    ¿sabes lo que es  estar encerrado tantos años,  qué debes contarme ahora,  qué les dijiste?,   estoy vivo aún en una muerte perentoria, la precariedad de esta vida no entrega nada,  y respiro dificultosamente día a día, allí vienen por mí,   ¡adiós Elvira¡ .

Serenamente,  examino cada árbol exuberante y sus flores, el lago  donde puedo mirarme sin el temor de ahogarme, , reconciliada con la vida, con la mía, desde que me nombró majestuosamente Elvira, y no Ana.

miércoles, 6 de julio de 2011

Era muy linda.

Era muy linda. Caminaba al compás de su falda, sus caderas se mecían y yo imaginaba lo que todos ellos también se imaginan cada mañana, descansados y jóvenes como el cielo que recién aclara.  Sus suaves nalgas rozando mis muslos, le acaricié sus brazos que ella levantó hasta mi cuello, pensando que podía acercarla frenéticamente a mí cuerpo, la empujaba, le mordía la oreja, le tiraba suavemente su pelo y comenzaba a moverse, yo contenía mi temblor, ansiaba entrar en su piel, pero así deseaba este rumbo sin fin. ¿ Después qué? Comprendería al fin y al cabo, que nunca quise yo estar a solas con ella. Cuando en el colegio las monjas me tomaban, yo pensaba mal, me tocaban y me hablaban bajito, para que yo pensara en la virgen, y yo amaba, ciertamente a la virgen, todo dió un vuelco en mí, en ese encierro entre los árboles mientras la lluvia evitaba abalanzas y la intimidad invitaba a unirnos solitariamente y nadie decía nada, y yo tampoco, sólo cuando mi corazón dolía al no poder decirle cuánto la amaba, salí encadenada, para nunca más volver, no era necesario, la lluvia sigue mojándome y cada deseo me parece equívoco, y yo no debo decir nada más.

sábado, 12 de marzo de 2011

Desde la ceniza




Fría el agua que moja mis pies,  el sol aplaca su calor y mis nervios alteran la visión del paisaje.
Cuando me casé no estaba enamorada, el esposo de mi madre observaba mis ropas interiores que colgaba en la estufa para que se secaran, tal vez me equivoqué, no quise decirle a mi madre, tan ingenua y esforzada, nunca tuve valor para imitarla, menos lo tendría para contarle mis ideas locas de sentirme perseguida.   Terminé la universidad y partí, siempre emergiendo de algún lugar oculto lejos de este mundo y apartada de los amigos, no sé, no sé cómo volver a abrazar a mis amigos, a enfrentarme nuevamente a todas sus actitudes, a sus alabanzas, ellos fueron mi apoyo cuando salí, no creo que hayan cambiado y si han cambiado, después de todo no tuve la culpa, yo no tuve la culpa de nada.
Tengo un hijo que dejé con su padre, y voy a buscarlo.   Seguiré poniendo las venas tensas para estimular mi sangre y seguir dándole con todo mi ímpetu a esta sobrevivencia, estas ganas de vivir, a pesar de los castigos.
Aquí será la casa, la puerta está deteriorada, todo está en silencio, y yo necesito un pequeño trino en la mañana, una manito pequeña jugando con mis ojos.  Veré.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Prueba fotográfica



Vine a escuchar esta charla de un gran escritor español, en esta galería central, a pesar del hielo de Valdivia, de la finísima lluvia y  la corriente que rezuma entre los locales comerciales. Todos nos sentamos en los asientos que van formados ordenadamente en una sola hilera frente al académico que va a realizar la charla.  Es ameno su léxico y apropiado para el informal lugar, que quizás no es adecuado para tal evento, pero el interés de la conversación y  los asistentes inquietos y atentos hacen cálido el ambiente.  Cuando ya ha finalizado y comienza el público a presentar  las preguntas  que se suelen hacer en este tipo de eventos, una señora que está sentada al lado mío comenta, alegremente, su vida  con otra señora que está sentada a su lado, yo me integro a la conversación, en realidad era una plática insubstancial, con movimientos y contorsiones de jolgorio.  Luego,  cuando comenzamos  a festejar con un cóctel, un vino de honor, como suele llamarse, esta mujer estaba inquieta,  entonces observé que con su cámara digital sacaba fotos,   extiende su conversación a mí  y me dice: - ¡Antes de irme tengo que sacar fotos,  sino mi marido no creerá que asistí a la charla¡ -    pareció curioso,  jocoso,  sorprendente, pero luego, contemplándola le pregunté: ¿Tu esposo también suele portar una cámara para comprobarte, luego, qué lugares él frecuenta cuando no está contigo?...

No me respondió y se rió como si yo contara un chiste.

martes, 16 de noviembre de 2010

El hijo de Emma

Mi despertar amatorio de mujer madura fue tardío. Avanzaba a duras penas y mis pies dejaban las huellas para luego desarmarlas el mar. Lo perseguía, corría y miraba sus muslos firmes como una encina del sur,  veloces como el viento en temporal,  su espalda la de un dios joven, entonces  me detenía a contemplarlo con pasión, lengua que latía veloz en mi pecho y una energía ansiosa punzaba en mis caderas.   Sacando cuentas,  yo debía haber tenido el 80 unos veintiséis años cuando Felipe nació,  su mirada me despertaba  sensaciones que pensaba  que ya no tenía -  Me había contado que su madre salía a buscar a sus amigos, - quizás quiso sentirse deseada, nunca tendría  el permiso para escarbar el sueño del cielo que sus compañeras le relataron,  oculta en la hiedra de luz que ella vivía, allí desnuda  rasguñaba esos cuerpos esperando que alguien le mostrara el amor,  sentada en algún banco de plaza de provincia escuchaba los susurros,  las promesas  que siempre se iban por el despeñadero.   Y su hijo de la mano la acompañaba en todos aquellos  dulces laberintos.  

Lo hacía hablar para  escuchar la rigurosa voz de su garganta de varón seguro y firme en sus convicciones, de tener esa ilusión que todo ha comenzado con él,   lo rodeaba con  mis brazos y sentía en su pubis el rígido acero,  su joven alegría era mi goce mayor.  Morder su torso y acunarlo entre mis muslos era un estado infinito que no hubiera querido que llegara nunca la hora de partir. 

Me prohibía  que acudiera a la lectura de poesía de algún poeta, me reprochaba que me ocultara  de otros para volar en sus labios y en la oscuridad de la calle quería poner sus manos con violencia sobre mi cuello.

Yo quería que guardara su secreto de querer castigarme, que  no era yo su madre, y tenía que volver.  

martes, 26 de octubre de 2010

Ave de paso

Ha pasado el tiempo, y me agoté, tanto romanticismo inventado para nosotras, para retenernos en un hogar, pues no podemos abandonar los hijos como los hombres, es muy mal visto, una puta, sí eso me dijeron, una puta, como si una puta no pudiera ser una esmerada madre.  Se agota este dolor que empapa de letanías la almohada, los inviernos de inconfesables sueños mientras duermo.  Yo no seré tu muerta, la viuda que ensució sus mejillas con la luz fría del amor.  Un manantial escurre por mis muslos despiertos en los márgenes de la noche y la vulgaridad que no se ve, tu paraíso se acerca en esta madrugada y te abriré la puerta, te espero a hurtadillas, una emoción desenfrenada hace latir mi vientre hasta hacerme vomitar, llueve como siempre en esta ciudad donde nadie quiebra las horas, ven, acaricia hasta mi grito esta joya, orfebre mío pule cada sensación, las yemas de mis dedos arañan tus hombros, ¡cómo siente cada pezón turgente el vello de tu pecho¡ goza de este vuelo, abre la majestuosidad de este tabernáculo, complace mi fantasía, arremete con fuerza lleno de sangre revienta en la concha de hilos para amarrarte, mientras disparas tu chorro de ave de paso.

Letra a letra

Ha salido el sol, y te espero. La calidez de la primavera se aproxima,  mi piel se impacta comienza a dar sus frutos  rompe el deseo de llamarte. Recuerdo la última tarde juntos, repté sobre tus ojos verdes, tu selva oceánica que beso cada mes, se me viene la tempestad trasegando sangre  sangre en mis manos y en mis piernas, yo te beso en la boca, beso tu frente me bebo tu sudor, desciendo en tu cuello,  muge afuera el viento celestino, yo muerdo la inicial de tu cuello te beso con deseo, mi lengua te signa letra a letra sobre tus ropas. Desabrocho tu camisa con los dientes, y te voy chupando el torso, en tus vellos queda mi saliva, yo avanzo por tu vientre, debo ir a al supermercado, sigo en tus caderas, el  día está bello en Valdivia,  el mundo habla y ríe, desciendo hasta tu aroma que me tala y enciende la flor millonaria de alerces y estepas, sí, me acuerdo de toda mi vida que repta, mi boca en tu pubis  siento que me llamas y yo te escucho como un ángel herido. 

Privilegio

Me llamas cuando estoy orando, cuando menos quiero acordarme de tus mordiscos, la ventolera rigurosa arrastra las piedras por los techos, y pienso en ti, tú que sueltas mis huesos, y vibra el vaso en mi mano y así en tu cuello, yo escucho siempre tu aullido lascivo, entonces, me  asomo en las noches para ver pasar a las mujeres humildes, y yo no quiero ser como ellas, ellas obedecen, no les dicen a nadie que su ropa se avejenta, esa, la que vio a otra mujer,  hermosa, perfumada como las rosas del jardín, porque ese sí es un privilegio que tiene en su casa pobre, en su casa fría, que siempre huele a alcohol y palos de leña recogidos en algún sitio eriazo allá en el cerro.  Me llamas cuando mi  cuerpo comienza a humedecerse, mira el cielo y nadie sabe que ensueña atrapa sombras y corre tras el relámpago que le constriñe el corazón.  



lunes, 25 de octubre de 2010

Sombra

Corro apresurada tras esa sombra que me va a escuchar, increparé su abuso. Aún chorreaba el corte entre mis piernas, niña aún, ese olor a la tierra en mi cuerpo aplastado, y todas la estrellas se clavaban en mi cara, y la respiración nublaba mis ojos. Debo romper los sueños, los que me ayudan a olvidar, y esa sombra adherida a las rocas que no alcanzo,  me mira, sí ahora voltea hacia mí, ¡oh, ese es  mi rostro de niña en el rostro de su sombra¡



Tiempos

Me quedé absorta contemplándolo, no seguí partiendo leña.   Me solté el pelo, allí se quedó de pie, me miraba como si hubiera huido de un sueño, me llamó y yo dejé caer  el brazo, el filo del hacha quedó enterrado en la leña.   Sola tantos años, criando, lavando, cocinando.   Pudo acordarse al fin de mí.   En fin, nunca dejé de poner los crisantemos en los tarros de su nicho.