Vine a escuchar esta charla de un gran escritor español, en esta galería central, a pesar del hielo de Valdivia, de la finísima lluvia y la corriente que rezuma entre los locales comerciales. Todos nos sentamos en los asientos que van formados ordenadamente en una sola hilera frente al académico que va a realizar la charla. Es ameno su léxico y apropiado para el informal lugar, que quizás no es adecuado para tal evento, pero el interés de la conversación y los asistentes inquietos y atentos hacen cálido el ambiente. Cuando ya ha finalizado y comienza el público a presentar las preguntas que se suelen hacer en este tipo de eventos, una señora que está sentada al lado mío comenta, alegremente, su vida con otra señora que está sentada a su lado, yo me integro a la conversación, en realidad era una plática insubstancial, con movimientos y contorsiones de jolgorio. Luego, cuando comenzamos a festejar con un cóctel, un vino de honor, como suele llamarse, esta mujer estaba inquieta, entonces observé que con su cámara digital sacaba fotos, extiende su conversación a mí y me dice: - ¡Antes de irme tengo que sacar fotos, sino mi marido no creerá que asistí a la charla¡ - pareció curioso, jocoso, sorprendente, pero luego, contemplándola le pregunté: ¿Tu esposo también suele portar una cámara para comprobarte, luego, qué lugares él frecuenta cuando no está contigo?...
No me respondió y se rió como si yo contara un chiste.