Salí a pasear por el río. Como siempre me aletargo, mis pasos se
deslizan cansinos y complacientes mientras mis ojos olvidan el cuerpo y se arrastran por el aire
hacia el horizonte lleno de árboles, casas, astilleros y sombras. Es la tarde, fresca, ya pronto
crepuscular. Los pocos niños que van de
la mano o liberados, unos pasos más adelantes, de sus padres murmuran sus diálogos con sus
padres o sus amigos. Las aves ya se
fueron a sus nidos, dije que la tarde se rinde con su sol escuálido del verano
austral.
Tranquila y solo con mi marido. No puedo hablar, si empiezo mi conversación,
me iré porque quizás qué temas de
cósmico revuelo que lo canso, a cualquiera en realidad. Así que avanzo en silencio, mi respiración
comienza ya a acezar, para el que no sabe que es acezar, respirar como
vieja. Me entusiasma que luego del paseo
me iré a tomar un helado y me sentaré en el MacDonald o El Moro, depende como
esté el bolsillo de abultado o no, y miraré las gentes, escucharé como una
entrometida sus conversaciones que muchas veces son peligrosas, aterrantes o
ingenuas, para todos los oídos. Fuman y
se desahogan, nunca escucho bien, pero les invento la continuación. (Me acordé
que ya salió la ley antifumadores).
Así me enteré una vez que la vecina de la primera casa
de la próxima cuadra (digo así para despistar) engañaba a su esposo, y le conté
al mío, y me dijo: ¡mira la mujer
sinvergüenza!, cuya deconstrucción es
según Levy-Strauss, desarmar las palabras buscándoles la etimología, (espero no
haber entendido mal), es decir, la vecina no tiene vergüenza.
La cosa que a mí no me consta solo que yo escuché allá
en el café, yo siempre la veo salir con el perrito que tiene, es vieja ya, es
decir tiene más de 58 años que es la edad que tengo yo.
Lo que no sé si era lo que yo escuché o la
continuación que suelo inventar, pero mi marido ya estaba convencido de su
infidelidad. Venía despotricando, yo no
sé qué tanto le importaba, pero no sé si han oído a los hombres viejos, deben
ser viejos siempre, que se refieren sentenciosamente sobre este tipo de
mujeres, o sea “infieles” o “sueltas”, porque hasta ahora no es seguro nada,
solo apariencias. Estaba oscuro cuando
salimos del café un poco alterados,
porque siempre que nos ponemos a conversar de los vecinos o de los personajes
de la farándula, o de alguna mujer asesinada por un hombre terminamos peleando,
mi marido me dice que ella debe haber andado en pasos malos y yo le digo,
bueno, algo andaría mal en ese matrimonio quizás la humillaba, la golpeaba o la
restringía mucho.
Me cuenta que lo mismo le pasó a un amigo del trabajo,
no sé qué fue, si la tuvo que matar o se fue con otro, y yo le digo que Simone
de Beauvoir decía que la mujer era considerada el segundo sexo y que se debía
respeto al marido porque era la cabeza del hogar, pero como a ella la habían educado como a un
hombre, tenía una mente y una conducta liberal, bueno por eso era filósofa. Y
así nos enganchábamos en una riña absurda cada uno por distintas
disquisiciones intelectuales que
terminábamos cansados luego del paseo para relajarnos y vomitando el rico
helado que nos habíamos servidos allí sentados tan fraternalmente.
Cuando llegamos a nuestra casa, la vecina salió con una bolsa de plástico como
platinada y lloraba desconsoladamente, la ayudaba el sobrino que solía ir a su
casa, y estaba muy nervioso, abrazaba a su tía, y esta se asía fuertemente de
él, y nosotros nos asustamos muchísimo,
la carne de nuestros rostros temblaban y nuestras manos estaban crispadas, no queríamos hablar sobre lo que habíamos
estado elucubrando.
Llego una ambulancia extraña de color verde y blanco,
todo estaba cubierto de sangre, una correa, unos huesos esparcidos, unos ojos,
el cuadro era horripilante. No
quisimos preguntar por su marido, el
sobrino gritaba al chófer del vehículo, no quisimos hacer preguntas
estábamos anonadados, estupefactos,
locos. Los perros ladraban, la gente salió de sus casas, y el vehículo se llevó
a pobre perro semiasfixiado, según decían que se había atragantado con unos tomates que
traía la vecina de la feria, pero ya el perro respiraba. El marido había entrado con las longanizas
para los choripanes. Cerraron la puerta y nosotros nos fuimos a nuestra
casa. Callados.