Recién llegados de Isla
Negra y luego de haber recorrido muy ilusionados, con esa mística internacional tan conocida de Pablo
Neruda, su museo y los parajes aledaños
azotados por los vientos, llegados de ese mar proceloso y arribista, los poetas de nacionalidades latinoamericanas
ya frecuentes en nuestro país y los chilenos nos encaminamos en la noche fría, para mi gusto, hacia la estación del metro.
Allí con megáfono en mano descendimos las escaleras con decisión y
valentía, inspirados en los dioses más totalitarios de poesía para tomarnos los
vagones y leerles o declamarles poemas a los ensimismados pasajeros, haciendo
gala de nuestras mejores inspiraciones ante esa audiencia de
la zona urbana de nuestra capital.
Eduardo Bechara enérgicamente
asido al instrumento amplificador y su holywoodense rostro y voz mayor aún, recitó sus apasionados poemas entomológicos que hicieron vibrar los asientos
con sus arañas religiosas. Luego, Rosita
Alcayaga pasó a apoderarse de los estatutos bíblicos haciendo ilusión al plato
de lentejas y piernas de mujer que fueron muy aplaudidas por los trabajadores
sabatinos esa noche.
Carolina Cortés al
parecer, creo yo, la capitalista del instrumento imprescindible, lo cogió para
enviarles los destinos a los auditores atónitos que comenzaban a abrir los ojos
y sonreír. A continuación el compañero
de estas huestes, pelo largo rubio, y sombrero mexicano, pantalones carreteados
en las alamedas de esta gran ciudad, subió al
trono vehicular de la noche que les narró para embestir con su corazón
febril a los pasajeros, cuyo nombre no me acuerdo, pero cuando lo sepa lo pongo acá. Y para broche de oro y terminar enloqueciendo
al pasajero se abalanza Elizabeth Zúñiga con su loba y su hembra aumentando la
temperatura de los vagones. Bueno, y yo
leí de mi librito de la Kultrun.
No sé si por nuestras
homilías una pasajera se desmayó y tuvimos que dar alarma, pero luego todo
volvió estar bien y nos despedimos y ellos nos respondieron a esta toma poética
con un aplauso.
Recorrimos estaciones de
ida y vuelta hasta el cierre del metro. Una experiencia necesaria y extática.
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